El don de buena gentes...
Las instituciones de un pueblo debe de respetarlas el político como inviolables; de lo contrario, debe renunciar de ser político y convertirse en reformador, si es que para ello tiene capacidad.
El hecho de que a pesar de su fuerza, este no fue capaz de alcanzar el anhelado propósito de salvar su honor, se explica por los errores de método en su acción, y también por la falta de claridad en los fines que perseguía. El grado de corrupción, que por ahora se siente habilitada para “actuar” en política, evidencia cuan rara vez se sabe responder en los tiempos actuales a una prueba tal de decoro personal. De todos modos han perdido ya el derecho de requerir y menos aún el de exigir la confianza de sus conciudadanos
Por funestas que pudieran ser las consecuencias de una ley sancionada por el Parlamento, nadie lleva la responsabilidad, ni a nadie es posible exigirle cuentas. ¿O es que puede llamarse asumir responsabilidades al hecho de que después de un fiasco sin precedentes, dimita el gobierno culpable o cambie la coalición existente o, por último, se disuelva el Parlamento? ¿Puede acaso hacerse responsable a una vacilante mayoría? ¿No es cierto que la idea de responsabilidad presupone la idea de la personalidad?.
¿O es que la misión del gobernante – en lugar de radicar en la concepción de ideas constructivas y planes – consiste más bien en la habilidad con que éste se empeñe en hacer comprensible a un hato de borregos lo genial de sus proyectos, para después tener que mendigar de ellos una bondadosa aprobación?
¿O es que, inversamente, todo traficante deberá sentirse predestinado a “especular” en política, puesto que la suprema responsabilidad jamás pesará sobre él, sino sobre un anónimo e inaprensible conglomerado de gentes?
Y, si realmente se quiere avanzar, hay que ser prácticos. Dejar los
discursos demagógicos para los mítines con los correligionarios. No
abusar de los latiguillos bien sonantes, sin contenido concreto, de las
generalidades, del buenismo, de decir que todo saldrá bien
porque el pueblo es muy sabio y decidirá siempre lo que es mejor.
Gravísimo error, decidirá siempre –salvo muy honrosas excepciones– lo
que crea que le conviene más. Hay que apoyarse en el EGOÍSMO de cada
cual. Esto no lo pueden decir los políticos pero es la mejor manera de
asegurarse un buen resultado. Construir (léase legislar) apoyándose en
la buena voluntad de la gente es edificar sobre arenas movedizas. Sólo
se construye sobre algo sólido como una roca cuando se hace teniendo muy
presente qué es lo que quiere conseguir el “sano” egoísmo de los
ciudadanos.