El vendedor de hielo. El carro del barquillo.
El vendedor de billetes que una tarde vino a comprarse a si mismo un billete sin regreso.
Corazón tímido en un tren: A las nueve de la mañana pasé ante una Iglesia. A las diez bordeaba el mar. A las doce una ciudad de humo y suciedad. A las dos un bosque de robles y abedules.
Y luego en la plataforma ella: Una radiante desconocida que no me vio. Yo dije: "¿Me atrevo a bajar a por ella?"
Pero me quede en mi asiento buscando un pretexto.
¡O quizá, me hubiera podido bajar!
En su mano, el metal frió, las pesadas bielas, poco manejables, un móvil destello de acero brillo en sus ojos.
El reflujo del vapor, el débil, amargo y rancio olor a ferodo se esparció a su alrededor, reiteración zumbadora de barra y espejo, encaje y traje negro escoces.
Persuadir a cierta pasajera para que ignore el pan y solo se ocupe de los enemigos.
Dirigir la flecha al corazón del único guerrero que podría liberar su sueño.
Desparramar sobre cierta palabra tierna, un olor pestilente y ocre para que sea abandonada por los hombres.
Advertirle a un iluminado del mal de secreta vocación para crear el caos.
Abrir las fauces del amor solo por capricho de los dioses ignorados.
Y ahora el viejo depósito de vagones, la espesura alzada de lenguas; rampas astilladas, corazones pintados de tiza, las ventanas rotas sosteniendo aún sus cristales como colmillos en el bastidor.
El último farol, alumbrado en un quiste de luz.
Purificar el lecho al que nunca podrán llegar una pareja de amantes que se consumen sin poder acariciarse.
Que no me falte la sagrada carne, ni el espíritu que la hace bella; que tu mirada sea siempre el espejo donde me pueda revelar, que jamás jamás me abandonen los dioses de la poesía y los avatares para llegar a ella; que la noche no me niegue nunca sus alas de recorridos alucinógenos y que el día no me aplaste con su esplendente verdad.
Humanidad. A pie o con muletas.....
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