Alguna vez dejo de lado todos los disfraces; salgo tal cual soy.
Hay demasiadas cosas inexplicables a nuestro alrededor: horrores, amenazas, misterios que atraen, y que luego inevitablemente desencantan
Otro tanto de lo mismo para el resto de los que han sobrevivido conmigo y con quienes comparto este cálido y exuberante rincón del Universo
Quizá me encontrara más atractivo a causa de lo que me aconteció: el inesperado horror
que contemplé, el inevitable dolor que sufrí. Es una terrible verdad que el sufrimiento nos hace
más profundos, que da más brillo a nuestros colores, proporciona una resonancia más rica a
nuestras palabras. Es decir, si no nos destruye, si no aniquila nuestro optimismo y nuestro
ánimo, nuestra capacidad de imaginar y nuestro respeto por las cosas simples pero
indispensables.
Pero fijaos bien: todavía no comprendo exactamente lo que sucedió. No sé si fue una
tragedia, o si no fue nada más que una aventura sin pies ni cabeza.
Vivimos en un mundo de accidentes, en el cual solamente los principios
estéticos tienen una coherencia que da seguridad. Luchamos continuamente para separar el
bien del mal, nos esforzamos para crear y conservar un equilibrio ético; pero los destellos de la
lluvia de verano bajo los faroles encendidos o el gran resplandor instantáneo de la artillería
contra el cielo nocturno son una belleza en bruto que está fuera de toda discusión.Pero tened la certeza de que, aunque por el momento os dejo, regresaré con mis plenas
capacidades desplegadas en el instante adecuado. ¡La verdad es que odio no ser el narrador
en primera persona no sé si voy a ser el héroe o la víctima. Pero, de un modo o de otro, lo protagonizaré.
Después de todo, soy el que de veras lo cuenta.
Oyó el sonido antes de que el suelo se moviera: el chirrido del metal que se abre. Él caía; la
pantalla de televisión había reventado y el cristal le había dejado la carne horadada como por
numerosas diminutas dagas. Lanzó un grito, como un mortal, y esta vez fue de miedo. El hielo
se resquebrajaba, bramando, al tiempo que se le abatía encima. Se hundía por una grieta gigante, se zambullía en una frialdad que lo escaldaba. —volvió a gritar.
Pero ella había desaparecido y él continuaba cayendo. Y los bloques de hielo desprendidos
lo arrastraron consigo, lo rodearon, lo cubrieron, aplastándole los huesos de los brazos, de las
piernas, de la cabeza. Sintió que su sangre brotaba contra la superficie aprisionadora y que se
congelaba. No se podía mover. No podía respirar. Y el dolor era tan intenso que no lo podía
soportar. Volvió a ver la jungla, no podía explicárselo, durante un instante, como la había visto
antes. La cálida y fétida jungla, y algo que se movía por ella. Luego, la jungla desapareció. Y
cuando él volvió a gritar, ten cuidado! ¡Todos estamos peligro ! Por fin sólo existieron el frío y el dolor; perdió la consciencia. Llegaba un sueño, un precioso
sueño de un tibio sol, brillando en un claro de hierba. Sí, el sol sagrado..
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