lunes, 17 de noviembre de 2014

" BLANCAS ESTANCIAS "



Me hallaba en la cima de la colina, bajo el claro de luna, e intentaba no ver aquel paraíso. Intentaba imaginarme a los que amaba. ¿Estarían reunidos aún en el bosque de cuento de hadas, en el bosque de árboles monstruosos donde yo había visto rondar a mi madre? ¡Si pudiera ver sus caras, oír sus voces!
¡Ayúdame! ¡Ayúdanos a todos! No me rindo, pero me doy cuenta de que estoy perdiendo .Estoy perdiendo mi mente y mi alma. Mi corazón, ya no lo tengo.
Pero estaban más allá de mi alcance; una gran extensión de kilómetros nos separaba; no tenía el poder de salvar tal distancia. En lugar de ello, contemplé aquellas colinas verdosas, salpicadas de pequeñas granjas, una imagen del mundo de ilustración de libro, con flores creciendo en profusión, con las rojas poinsettias elevadas como árboles. Y las nubes, siempre cambiantes, zallando como altos veleros con viento en popa.
 ¿Qué pensaron los europeos al ver por primera vez aquella tierra fecunda rodeada por el mar centelleante?
Y pensar que los europeos habían llevado allí la muerte, provocando la desaparición de los nativos en pocos años, destruidos por la esclavitud, por las enfermedades y las crueldades sin fin. No queda ni un sólo descendiente de sangre de aquellos seres pacíficos que habían respirado aquel aire balsámico, que habían recogido los frutos de los árboles que maduraban todo el año, y que quizá habían creído que sus visitantes eran dioses que no podrían sino devolverles su amabilidad.
Ahora, a lo lejos, en las calles, tumultos y muerte se desatan, y no por causa nuestra. La historia invariable de este lugar sangriento, donde la violencia ha florecido durante  años como florecen las flores; y eso a pesar de que el espectáculo de las colinas surgiendo a través de la niebla podía romper el corazón.
Pero nosotros habíamos llevado a cabo a la perfección nuestro trabajo (ella, porque era la autora, y yo, porque no hice nada para detenerla), nuestra tarea en los pequeños pueblos desparramados a lo largo de la sinuosa carretera que conduce a esta cima boscosa. Pueblos de diminutas casas pintadas de colores pastel y bananos silvestres.



 Aún  las mujeres cantaban, a la luz de las velas. Estábamos solos. Mucho más allá del final de la estrecha carretera, donde el bosque crece de nuevo, ocultando las ruinas de una antigua mansión que un tiempo había presidido el valle como si de un castillo se tratara. Hacía siglos que los colonos la habían abandonado, siglos que habían danzado, cantado y bebido su propio vino en el interior de aquellas estancias (que ahora se desmoronaban) mientras los esclavos lloraban.
La buganvilla, fluorescente bajo la luz del claro de luna, trepaba por las paredes de ladrillo .Un gran árbol había brotado de entre las baldosas del suelo, y ahora, cargado de capullos blancos, empujaba con sus nudosas ramas los últimos restos de vigas que un tiempo habían sostenido el tejado.
Ah, quedarse allí para siempre, y con ella. Y olvidar el resto. Sin muerte, sin matanza.
Quizá quise creer que era una diosa; hasta que despertó. Hasta que me habló .Hasta que sonrió. Otra vez estaba como ausente, se alejó, lentamente, indecisa; salió a la terraza y miró hacia la playa. Qué manera más informal de moverse
.¡ Los antiguos habían apoyado los codos en las balaustradas del mismo modo!

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