jueves, 20 de noviembre de 2014

" DESFILE DE BRILLANTES "



No eres responsable de haber estado perdido, pero sí lo eres de no trabajarte para encontrarte ahora. No eres responsable de haber sido herido, pero sí lo eres de no trabajarte para sanar ahora. No eres responsable de lo que te pasó de niño, pero sí lo eres de no trabajarte para integrarlo ahora. Inicia tu proceso de sanación, responsabilizarte de quién eres ahora. Leva anclas, abandona las quejas, zarpa del pasado.
 Es fácil seguir tus instintos y hacer lo que quieres, cuando vas al unísono de la gente que te rodea, del ambiente en el que te mueves. Lo difícil es ser tu mism@, seguir tus instintos y hacer lo que quieres, aunque esto signifique ir a contracorriente. Es en estos momentos, donde puedes percibir la presión externa y la interna con sus deberías, justificaciohnes, etc..



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La gran aventura de nuestras vidas.. ¿Qué es "el fin del mundo" salvo una frase?;
porque ¿quién sabe siquiera lo que es el mundo? Yo ya he vivido, he visto las ilusiones de uno hechas trizas por otro, he sido eternamente joven, carente de ilusiones, viviendo de momento a momento de una manera que me hizo imaginar un reloj de plata repiqueteando en el vacío; con la superficie pintada, las manecillas delicadamente talladas sin que nadie las mirara, iluminado por una luz que no era luz, como la luz con la que Dios creó al mundo antes de que creara la luz. Latiendo, latiendo, latiendo, con la precisión del reloj, en una habitación tan vasta como el universo.
 De repente sentí el deseo de estar en el cuarto, escuchando el sonido de las voces de las mujeres, que suben y bajan con los Aves, el ruido de los rosarios, el sonido de las velas de cera. Pude recordar las lamentaciones. Era algo palpable, como si fuera ayer, detrás de una puerta. Me vi.caminando rápido por un corredor y abriendo suavemente la puerta.
La gran fachada de la catedral se levantó en una enorme masa oscura del otro lado de la plaza, pero las puertas estaban abiertas y adentro pude ver una luz suave, trémula. Era la tarde del sábado y la gente iba a la confesión para la misa del domingo. Las velas ardían en los candelabros. Al final de la nave, el altar se elevaba entre las sombras cubierto de flores blancas.
No tenía miedo. En todo caso, deseaba que pasara algo, que esas piedras temblaran cuando yo cruzara el atrio en sombras y viera el distante tabernáculo en el altar. Recordé que había pasado en una ocasión cuando las vidrieras estaban radiantes y los cánticos resonaban. Entonces había vacilado, preguntándome si había algún secreto que no me hubiesen revelado. Sentí ganas de entrar, pero había rechazado la idea, deshaciéndome de la fascinación de las puertas abiertas, la multitud de gente haciendo una sola voz.
 Ahora no sentí miedo," en todo caso sentí ganas de tener algún temor, de encontrar alguna razón para tener miedo cuando avanzaba lentamente a lo largo de los altos muros ensombrecidos. Hacía frío y estaba húmedo pese al verano.
 "Oye y ve", me dije a mí mismo. Y con este acto de voluntad, mis sentidos emergieron del tormento. A mi alrededor, en la penumbra, oí el susurro de las oraciones, el leve repiqueteo de los rosarios; el suave gemido de la mujer que se hincó en la duodécima estación.
 De improviso me puse a buscar esa muñeca en el recuerdo, del modo absurdo y frenético de quien busca algo en una pesadilla, llegando a puertas que no se abren o cajones que no se cierran, sin saber por qué su esfuerzo. Palpaba en la oscuridad nada excepto las húmedas paredes de ladrillo.

 ¡ Por qué la súbita visión de una silla con un mantón encima me inspira ¡

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