sábado, 15 de noviembre de 2014

" MENTIRAS DELIRANTES "



Yo no conocía el idioma, pero comprendí la palabra
¡Osas venir a mi templo!   Y otra vez el idioma se me escapó, pero el significado me quedó por telepatía. Has descarriado a estos desesperados inocentes; tú, quien se ha cebado con sus vidas como una sanguijuela a punto de reventar.
¿Qué derecho tienes a condenar mi culto?
¿qué derecho tienes, tú, que has permanecido sentada y callada en tu trono desde la aurora de los tiempos?
—Los tiempos no empezaron contigo. Yo ya era vieja cuando tú naciste. Y ahora me he levantado para reinar, tal como era mi destino.  Eres mi primer y gran mártir.
Temblé. Me hice temblar. ¡Tenía que comprender aquel hechizo! Era un truco del poder, algo definible y mensurable, pero permanecía drogado por la contemplación de ella, por los himnos, por el suave envolvimiento de aquella sensación: todo está bien, todo es como debería ser.
Desde los recovecos soleados de mi mente, me vino a la memoria un día (un día como muchos otros antes ) un día del mes de mayo, en nuestro pueblo, el día en que habíamos coronado una estatua de la Virgen entre los campos de flores de suave fragancia, en que habíamos cantado exquisitos himnos. Ah, el encanto de aquel momento, cuando habían levantado la corona de azucenas blancas a la cabeza de la Virgen, cubierta con un velo. Por la noche había regresado a casa cantando aquellos himnos. En un viejo libro de plegarias encontré una imagen de la Virgen, y me llenó de encanto y de maravilloso fervor religioso, como el que sentía ahora, desde algún lugar en lo más profundo de mí, donde el sol no había penetrado nunca.
El viento arreciaba con violencia a lo largo del valle; arriba, en la montaña ,la campana del templo taño con otro repique apagado.
Había empezado a nevar, al principio con suavidad, después intensamente, la sensación de bienestar se había disipado, y todos los aspectos crudos del momento estaban de nuevo claros, eran ineludibles.  Innegables demostraciones de poder, trastornador , sobrecogedor.
Luego un dulce y leve sonido rompió el silencio; cosas que se hacían añicos arriba en el templo; cosas cayendo, rompiéndose.
Me volví y la miré. Continuaba en el pequeño promontorio, con la capa suelta en sus hombros, su piel tan blanca como la nieve que caía.
El campanario se estremeció; un estruendo estrepitoso hizo eco en los desfiladeros más alejados; y las piedras se derrumbaron, el campanario se desmoronó. Cayó hacia el valle, y la campana, con un repique final, desapareció en el blando abismo blanco.



Yo era consciente de que mi cuerpo no tenía frío a pesar de la nieve. Que no estaba cansado por el esfuerzo. Ciertamente mi piel estaba más blanca que nunca. Y mis pulmones tomaban el aire con tanta eficacia que no podía oír siquiera mi propia respiración; incluso mi corazón marchaba con más suavidad, con más regularidad. Sólo mi alma estaba magullada y dolorida.
Sentí sus manos en mis hombros.
De súbito eché a temblar de miedo. Temblaba. Por primera vez supe lo que significaba de verdad aquella palabra. Intenté decir algo más, pero tan sólo tartamudeé. Finalmente exploté: respondió, con su leve sonrisa, tan hermosa como siempre. ¡Yo soy la razón, yo soy la justificación, yo soy el bien !
Su voz tuvo una frialdad colérica, pero su expresión vacía y dulce no había cambiado Ahora escúchame, hermoso mío —prosiguió—. Yo te quiero. Me has despertado de mi largo letargo ,me has despertado para mi gran objetivo; me produce alegría simplemente mirarte, ver la luz en tus ojos azules, escuchar el timbre de tu voz.  Pero pongo a las estrellas por testigo que tú me vas a ayudar en esta misión.  ¡Enviar a esas almas ignorantes a predicar por el mundo mentiras delirantes!

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