martes, 16 de diciembre de 2014

" FUEGO PASIONAL "

En general no se debe olvidar que la finalidad suprema de la razón de ser de los hombres y mujeres no reside en el mantenimiento de un Estado o de un gobierno; su misión es conservar la supervivencia Y si esta
misma se hallase en peligro de ser oprimida o hasta eliminada, la cuestión de la legalidad pasa a plano secundario. Entonces poco importará ya que el poder imperante aplique en su acción los mil veces llamados medios “legales”; el instinto siempre en grado superlativo, el empleo de todo recurso. El derecho humano priva sobre el derecho político.
Si un pueblo sucumbe en la lucha por los derechos del hombre, es porque al haber sido pesado en la balanza del destino resultó demasiado liviano para tener la suerte de seguir subsistiendo en el mundo terrenal. Porque quién no está dispuesto a luchar por su existencia o no se siente capaz de ello es que ya esta predestinado a desaparecer. La ausencia de la capacidad de distinguir caracteres humanos debía lógicamente conducir también a errores en la apreciación de la fuerza que encierran los movimientos de opinión así como las instituciones seculares.
Es una finalidad de enorme sentido práctico la que perseguía conquistar el corazón, y  la ciudad recibía los últimos impulsos de vida el cuerpo enfermo y envejecido de ya desfalleciente organismo del Estado. Cuanto más restablecía sus energías ese corazón, tanto más debía revivir el resto del cuerpo.
En principio, la idea era naturalmente justa pero no podía surtir efectos sino durante un tiempo determinado
.¿Y cómo destruir el parlamento?¿Entrando en él, para “minarlo por dentro”, como corrientemente se dice, o combatirlo por fuera, atacando la institución misma del parlamentarismo?
Para empeñar la lucha desde afuera contra un poder semejante, es preciso revestirse de coraje indomable y hallarse dispuesto a cualquier sacrificio



 El forum más amplio, de auditorio directo, no está en el hemiciclo de un parlamento. Hay que buscarlo en la asamblea pública, porque allí hay miles de gentes que se arremolinan con el exclusivo fin de escuchar lo que el orador ha de decirles, en tanto que en el plenario de una Cámara de diputados se reunen sólo unos pocos centenares de personas, congregadas allí, en su mayoría, para cobrar dietas y de ningún modo para dejarse iluminar por la sabiduría de uno u otro de los señores “representantes del pueblo”.
Los diputados pueden quedarse roncos de tanto hablar; su esfuerzo resulta estéril. Y en cuanto a la prensa, guarda un silencio de tumba o mutila los discursos hasta el punto de hacerlos incongruentes y llegando incluso a tergiversar, proporcionando así a la opinión pública una pésima sinopsis.
Más grave que todo esto es el hecho de que habían olvidado que para contar con el éxito, se debe recapacitar desde el primer momento que en su caso no podía tratarse de un nuevo partido, sino más bien de una nueva concepción ideológica. Únicamente algo análogo habría sido capaz de imprimir la energía interior necesaria para llevar a cabo esa lucha gigantesca.
Únicamente un huracán de pasiones ardientes puede cambiar el destino de los pueblos; más despertar pasión es sólo atributo de quien en sí mismo siente el fuego pasional.

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