viernes, 26 de diciembre de 2014

" VERDE REPARADOR "


Vio una casa espléndida, llena de personas graves y respetuosas, y en el centro de la cual se abría un esplendido patio, donde le introdujeron. Se encontró allí ante una asamblea nu­merosa compuesta de personajes que parecían honorables, y debían ser convidados de importancia. También encontró allí flores de todas es­pecies, perfumes de todas clases, con­fituras secas de todas calidades, go­losinas, pastas de almendras, frutas maravillosas y una cantidad prodi­giosa de bandejas cargadas con cor­deros asados y manjares suntuosos, y más bandejas cargadas con bebidas extraídas del zumo de las uvas.
El dueño de la casa le dijo que se apróximara, y le invitó a sentarse a su lado después de de­searle la bienvenida con acento muy amable: le sirvió de comer, ofrecién­dole lo más delicado, y lo más deli­cioso, y lo más hábilmente condi­mentado entre todos los manjares que cubrían las bandejas.

¡Sé bienvenido, y obra con toda li­bertad! ¡Bendiga el Señor tus días! Pe­ro, ¿puedes decirme tu nombre y profesión, ¡oh huésped mío!?” Y con­testó: “¡Oh señor! me llamo el reparador, y mi profesión consiste en transportar bultos sobre mi cabeza mediante un salario. Son­rió el dueño de la casa y le dijo: ¡Sabe, que tu nom­bre es igual que mi nombre...



 



¡Sabe también que si te rogué que vinieras aquí fue para oírte repetir las hermosas estrofas que cantabas cuando estabas sentado en el banco ahí fuera!
A estas palabras sonrio, y dijo:  ¡No me guardes rencor a causa da tan desconsiderada acción, ya que las penas, las fatigas y las miserias, que nada dejan en la mano, hacen descortés, necio e insolente al hom­bre!
 No te aver­güences de lo que cantaste, ni te turbes, porque en adelante serás mi hermano. ¡Sólo te ruego que te des prisa en cantar esas estrofas que es­cuché y me maravillaron mucho!

“¡Oh reparador! sabe que yo también tengo una historia asombrosa, y que me reservo el derecho de contarte a mi vez, Te explicaré, pues, todas las aventuras que me sucedieron y todas las pruebas que sufrí antes de llegar a esta felicidad y de habitar este pa­lacio. Y verás entonces a costa de cuán terribles y extraños trabajos, a costa de cuántas calamidades, de cuántas males y de cuántas desgra­cias iniciales adquirí esas riquezas en medio de las que me ves vivir en mi vejez. Porque sin duda ignoras los siete viajes extraordinarios que he realizado, y cómo cada cual de estos viajes constituye por sí solo una cosa tan prodigiosa, que úniaa­mente con pensar en ella queda uno sobrecogido y en el límite de todos los estupores. ¡Pero cuanto voy a contarte a ti y a todos mis honorables invitados, no me sucedió en suma, más que porque el Destino lo había dispuesto de antemano y porque toda cosa escrita debe acae­cer, sin que sea posible rehuirla, o evitarla!



¡Oh pasteles! ¡dulces, finos y subli­mes pasteles; enrollados con los dedos! ¡Vosotros sois la triaca, el antídoto de cualquier veneno! ¡Nada me gusta tan­to, y constituís mi única esperanza, toda mi pasión!


¡Si las piedras de la casa hubiesen sabido la visita de huésped tan encan­tador, se habrían alegrado en extremo, inclinándose ante la huella de tus pasos para anunciarse la buena nueva!
¡Y exclamarían en su lengua:  ¡Honor a las personas adornadas de grandeza y de generosidad!”
 



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