Vio una casa espléndida, llena de personas graves y respetuosas, y en el centro de la cual se abría un esplendido patio, donde le introdujeron. Se encontró allí ante una asamblea numerosa compuesta de personajes que parecían honorables, y debían ser convidados de importancia. También encontró allí flores de todas especies, perfumes de todas clases, confituras secas de todas calidades, golosinas, pastas de almendras, frutas maravillosas y una cantidad prodigiosa de bandejas cargadas con corderos asados y manjares suntuosos, y más bandejas cargadas con bebidas extraídas del zumo de las uvas.
El dueño de la casa le dijo que se apróximara, y le invitó a sentarse a su lado después de desearle la bienvenida con acento muy amable: le sirvió de comer, ofreciéndole lo más delicado, y lo más delicioso, y lo más hábilmente condimentado entre todos los manjares que cubrían las bandejas.
¡Sé bienvenido, y obra con toda libertad! ¡Bendiga el Señor tus días! Pero, ¿puedes decirme tu nombre y profesión, ¡oh huésped mío!?”
Y contestó: “¡Oh señor! me llamo el reparador, y mi profesión
consiste en transportar bultos sobre mi cabeza mediante un salario. Sonrió el
dueño de la casa y le dijo: ¡Sabe, que tu nombre es igual que mi
nombre...
¡Sabe también que si te rogué que
vinieras aquí fue para oírte repetir las hermosas estrofas que cantabas cuando
estabas sentado en el banco ahí fuera!
A estas palabras sonrio, y dijo: ¡No me guardes rencor a causa da tan desconsiderada
acción, ya que las penas, las fatigas y las miserias, que nada dejan en la mano,
hacen descortés, necio e insolente al hombre!
No te avergüences de lo que cantaste, ni te turbes, porque
en adelante serás mi hermano. ¡Sólo te ruego que te des prisa en cantar esas
estrofas que escuché y me maravillaron mucho!
“¡Oh reparador! sabe que yo también tengo una
historia asombrosa, y que me reservo el derecho de contarte a mi vez, Te
explicaré, pues, todas las aventuras que me sucedieron y todas las pruebas que
sufrí antes de llegar a esta felicidad y de habitar este palacio. Y verás
entonces a costa de cuán terribles y extraños trabajos, a costa de cuántas
calamidades, de cuántas males y de cuántas desgracias iniciales adquirí esas
riquezas en medio de las que me ves vivir en mi vejez. Porque sin duda
ignoras los siete viajes extraordinarios que he realizado, y cómo cada cual de
estos viajes constituye por sí solo una cosa tan prodigiosa, que úniaamente
con pensar en ella queda uno sobrecogido y en el límite de todos los estupores.
¡Pero cuanto voy a contarte a ti y a todos mis honorables invitados, no me
sucedió en suma, más que porque el Destino lo había dispuesto de
antemano y porque toda cosa escrita debe acaecer, sin que sea posible
rehuirla, o evitarla!
¡Oh
pasteles! ¡dulces, finos y sublimes pasteles; enrollados con los dedos!
¡Vosotros sois la triaca, el antídoto de cualquier veneno! ¡Nada me gusta tanto,
y constituís mi única esperanza, toda mi pasión!
¡Si
las piedras de la casa hubiesen sabido la visita de huésped tan encantador, se
habrían alegrado en extremo, inclinándose ante la huella de tus pasos para
anunciarse la buena nueva!
¡Y
exclamarían en su lengua: ¡Honor a las personas adornadas
de grandeza y de generosidad!”
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