En la luz menguante (antes de llegar los sueños), pude verlo. Pude verme viajando por el
aire, como los héroes de antaño, por encima del extenso campo donde parpadeaban sus
hogueras.
En manadas como lobos viajarían, cruzando tanto ciudades como bosques, osando
aparecer sólo de día; porque sólo entonces estarían a salvo. Llegaríamos al caer la
noche; y seguiríamos su rastro por sus pensamientos, por las confesiones
susurradas de las mujeres que los habían visto y que quizá los habían cobijado. Saldrían
corriendo a campo abierto, disparando sus armas, inútiles. Y les caeríamos
encima, los destruiríamos uno a uno, nuestras presas, exceptuando a los que quisiéramos
vivos.¿Y de esta guerra saldría la paz? ¿De este horroroso juego saldría un jardín?
Traté de abrir los ojos. Sentí que me besaba los párpados.
Soñando.
Una llanura yerma y el suelo resquebrajado. Algo que emerge, que empuja y aparta los
secos terrones de tierra. Yo soy ese algo. Ese algo que anda por la llanura yerma cuando el sol
se pone. El cielo aún está rebosante de luz. Bajo la vista hacia la ropa manchada que me
cubre, pero este algo no soy yo.
Desperté con un sobresalto. Habían transcurrido varias horas. La habitación se había
refrescado un poco. El cielo se veía maravillosamente claro por las ventanas abiertas. De allí
provenía toda la luz que llenaba la habitación.
Vacilante, me levanté. Ella me envolvió con una larga capa tirada a los hombros, algo más
simple que su propia vestimenta, pero cálida y suave al tacto. Con las manos me acarició el
pelo.
Candelabros por todas partes. Difuminadas luces eléctricas que creaban una sensual
penumbra.
Las mujeres estaban reunidas en el centro; había unas doscientas o quizá más. Incluso en
su silencio, parecían bárbaras entre el mobiliario europeo. Miraban más allá de aquella riqueza
que nunca les había llegado al corazón y que en efecto no significaba nada para ellas, miraban
la visión en el rellano, que ahora se disolvía y en una ráfaga de susurros y de luces de colores,
se materializaba repentinamente al pie de las escaleras.
Se alzaron suspiros, se levantaron manos para proteger las cabezas gachas, como si de
una explosión de inoportuna luz se tratara, mordiéndose el labio inferior e intentando
ver aquel asunto claramente, aquellos sucesos, aquella mezcla de culto y ritual.
Pero la masa de mujeres los rodeó, obligándolos a arrodillarse. Sentí que el deseo crecía en
mi interior ante aquella escena, ante la vista de los cinturones de cuero segando la bronceada
piel desnuda de los brazos de los hombres. ¡Por qué es tan seductor! Las manos de las
mujeres los contuvieron, aquellas manos atenazadoras, amenazadoras, que en otro momento
podían ser tan blandas. No pudieron desasirse de tantas mujeres. Con suspiros ahogados
abandonaron toda resistencia, aunque el que había empezado la lucha me miró de forma que
acusaba.
Demonios, diablos, eso es lo que su mente le decía; porque ¿quién más
podría haber cometido tales atrocidades en el mundo?
¡ Los sueños tienen que ser una comunicación, con súbita impaciencia !
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