jueves, 30 de octubre de 2014

" TONOS PASTEL "

Tras la barandilla que despeja la puerta de llegadas hay un hombre de traje oscuro que sostiene un gran letrero blanco. Debajo está la palabra mágica: < GRACIAS >
Esa palabra ha captado su atención en vallas publicitarias, periódicos y anuncios de radío. Cada vez que la palabra salía de los labios de un transeúnte, reaccionaba siguiéndolo como si estuviera hipnotizado, como si contuviera un código secreto encriptado ex profeso para él.
Flota en el aire como el aroma a hierba recién cortada en un día de verano; más que un olor, lleva con ella una sensación, un lugar, una estación del año, una felicidad, una celebración del cambio, del seguir adelante.
Le transporta como el oír una vieja canción de juventud, cuando la nostalgia, como la marea, sube y te alcanza en la arena, tirando de ti hacia el agua cuando menos lo esperas, a menudo cuando menos lo deseas.
Esa palabra resuena sin cesar en su cabeza: << Gracias...gracias...gracias...>> Cuanto más la oye y relee las breves notas, más extraña le resulta, como si estuviera viendo la secuencia de esas letras concretas por primera vez en su vida; como notas musicales, tan conocidas, tan simples pero que dispuestas de manera diferente se convierten en puras obras de arte.



































Esa transformación de las cosas normales y corrientes en algo mágico; la creciente compresión de que lo percibido no era lo único que había, le trajo el recuerdo de cuando era niño y pasaba largos ratos mirando su cara en el espejo. De pie sobre una banqueta para llegar a verse, cuando más fijamente se miraba, más se deformaba su cara en otra que le era del todo desconocida. No era la cara que su mente se había empeñado en convencerle de que tenía, sino que veía su yo real: los ojos un poco más separados, un párpado más bajo que el otro, una ventana de la nariz también ligeramente más baja, una comisura torcida hacia abajo, como si hubiera una línea que cruzara por la mitad de su cara y al dibujar esa línea todo hubiera sido arrastrado hacia abajo, como un cuchillo al cortar una tarta de chocolate pegajoso. La superficie, antes tersa, caía y colgaba.
A primera vista no se notaba nada. Un atento análisis, antes de lavarse los dientes por la noche, revelaba que tenía la cara de un extraño.
Ahora se retira un paso de esa palabra, le da unas cuantas vueltas y la mira desde todos los ángulos. Como si fuese un cuadro en una galería, la propia palabra dicta la altura a la que debe ser expuesta, el ángulo desde el que hay que acercarse y la posición desde donde se contempla mejor. Ahora ha encontrado el ángulo correcto. Ahora ve el peso que tiene, como el de una paloma, y el mensaje que transmite, una ostra con su perla, una abeja defendiendo a su reina y su miel con el aguijón a punto.
Transmite determinación, tiene la fuerza de la belleza y la pólvora. Más que una educada expresión repetida mil veces a diario, < gracias > ahora tiene significado.





¡ Y así seguí cada día abriendo una o dos o tres puertas hasta el cuadrapésimo; creciendo diariamente mi asombro, y levanté las manos y los ojos y di  gracias !



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