jueves, 23 de octubre de 2014

" PERLAS DE SEDA "


¡Y aunque no dejan de ser mis se­mejantes, entre ellos y yo puso la suer­te alguna diferencia :..



¡A veces, el ciego, el ciego de nacimiento, sabe sortear la zanja donde cae el que tiene buenos ojos!
¡A veces, el insensato sabe callar las palabras que, pronunciadas por el sabio, son la perdición del sabio!

 Verdaderamente disfrutaba de la más sabrosa vida, cuando un día entre los días asaltó mi espíritu la idea de los viajes por las comarcas de los hombres; y de nuevo sintió mi alma con ímpetu el anhelo de correr y gozar con la vista el espectáculo de tierras e islas, y mirar con curiosidad cosas desconocidas.
 Recorrio el primer día toda la ciudad; visitando los barrios y  las calles.
El segundo día fue al zoco de los mercaderes, y recorrio las tiendas, y fue a ver al mercader, a quien entrego una gran cantidad de monedas para que los repartiese entre los forasteros pobres.
 Un día, en el barrio del zoco  paré a sentarme en la tienda de un vendedor de telas. Cuando me hubo visto me recibió con gran consideración y cordialidad, y estuvimos hablando una hora. Pero mientras conversábamos vimos llegar una mujer con un largo traje de seda azul. Y  ex-halaba delicados aromas y perfumes. Y la belleza de sus pupilas, asesinaba las almas y arrebataba la razón. Se sentó y saludó al vendedor, y después, de corresponder a su saludo, se quedó de pie ante ella, y empezó a hablar, mostrándole telas de varias clases. Y yo, al oír la voz de la dama, tan llena de encanto y tan dulce, sentí que el amor apuñalaba mi hígado.
Pero la dama, después de examinar algunas telas, que no le parecieron bastante lujosas, dijo. ¿No tendrías por casualidad una pieza de seda blanca tejida con hilos de oro puro? Y fue al fondo de la tienda, abrió un armario pequeño, y de un montón de varias piezas de tela sacó una de seda blanca, tejida con hilos de oro puro, y luego la desdobló delante de la dama. Y ella la encontró muy a su gusto y a su conveniencia, y le dijo al comerciante: “Como no llevó dinero encima, creo que me la podré llevar, como otras veces, y en cuanto llegue a casa te enviaré el importe,” Pero el mercader le dijo: “¡0h mi señora! No es posible por esta vez, porque esa tela no es mía, sino del comerciante que está ahí sentado, y me he comprometido a pagarle hoy mismo;” Entonces sus ojos lanzaron miradas de indignación, y dijo: “Pero desgraciado, ¿no sabes qué tengo la costumbre de comprarte las telas más caras y pagarte más de lo que me pides. ¿No sabes que nunca he dejado de enviarte su importe inmediatamente?” Y el mercader contestó: “Ciertamente, ¡oh mi señora! Pero hoy tengo que pagar ese dinero en seguida.” Y entonces la dama cogió la pieza de tela, se la tiró a. la cara al mercader, y le dijo: “¡Todos sois lo mismo en tu maldita corporación Y levantándose airada, volvió la espalda para salir.




Pero yo comprendí que mi alma se iba con ella, me levanté apresuradamente y le dije: “¡Oh mi señora! Concédeme la gracia de volverte un poco hacia mí y desandar generosamente tus pasos.” Entonces ella volvió su rostro hacia donde yo estaba, sonrió discretamente, y me dijo: “Consiento en pisar otra vez esta tienda, pero es sólo en obsequio tuyo.” Y se sentó en la tienda frente a mí. Entonces. ¿Cuál es el precio de esta tela?  Y yo repuse: “Está bien,  Trae un papel para que te de el precio por escrito.” Y cogí la pieza de seda tejida con oro, y a cambio le di el precio por escrito, luego entregué la tela a la dama, diciéndole: “Tómala, y puedes irte sin que te preocupe el precio, pues ya me lo pagaras cuando gustes. Y para esto te bastará venir un día entre los días a buscarme en el zoco, donde siempre estoy sentado en una o en otra tienda. Y si quieres honrarme aceptándola como homenaje mío, te pertenece desde ahora convirtiéndote en mi corona de mi cabeza! ¡Oh señora mía, acepta, pues, esta pieza de seda! ¡Y que no sea esta sola!
Y vi. Aquel rostro de bendición, y esta sola mirada bastó para aturdirme, avivar el amor en mi alma y arrebatarme la razón. Pero ella se apresuró, cogió la tela, y me dijo: ¡Oh corona mia, que no dure mucho tu ausencia, o moriré desolada! Y después se marchó. Y yo me quedé solo con el mercader hasta la puesta del sol.
Y me hallaba como si hubiese perdido la razón y el sentido, dominado en absoluto por la locura de aquella pasión tan repentina. Y la violencia de este sentimiento hizo que me arriesgase a preguntar al mercader respecto a aquella dama. Y antes de levantarme para irme, le dije: “¿Sabes quién es esa dama?” Y no me contesto .
Entonces me despedí del mercader y me marché, para no volver“¡Oh mi señor! Ven a ver a mi señora, que quiere hablarte.” Entonces, muy sorprendido, le dije: “¡Pero si aquí nadie me conoce!” Y la muchacha replicó: “¡Oh cuán escasa es tu memoria! ¿No recuerdas a la señora del traje de seda azul. Entonces eché a andar detrás de ella, hasta que vi. a la señora en una esquina de la calle de los Cambios.

 

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