Cuando caminas entre las hojas secas y los brotes húmedos El perfume de los sentidos.
La página blanca que te enseña aprender de lo que borraste
alguna vez, los silencios de los recuerdos prestados.
El recuerdo de aquella existencia está unido en mi espíritu
a tal dolor, a tal sufrimiento moral y a una desesperanza tan absoluta, que
nunca he tenido valor de examinar cuánto había durado mi suplicio.
Y así empezó mi nueva vida, con todo nuevo. Ahora que mi
incertidumbre había pasado, me pareció durante varios días que vivía en un
sueño. . Nunca pensaba en mí de una manera clara. Las dos únicas cosas que veía
concisas en mi espíritu eran la vida que me parecía que cada vez estaba más
lejos, y la sensación de que una cortina había caído para siempre sobre mi vida.
Nadie ha levantado después esa cortina; sólo yo ahora un momento y con mano
tímida y temblorosa, para este relato, y la he vuelto a dejar caer con alegría
. —Veo montones de ajos colgados en un cuarto abierto. Los
huelo. Se cree que matan
muchos males de la sangre y que purifican el cuerpo, pero
hay que comerlos todos los
días. También hay ajos fuera, en lo alto de un jardín. Hay
otras plantas allí... higos,
dátiles y otras cosas. Estas plantas ayudan. Mi madre está
comprando ajos y otras
plantas. En la casa hay un enfermo. Estas raíces son raras.
A veces uno se las pone en
la boca, en las orejas o en otras aberturas y hay que
mantenerlas allí, nada más.
---Veo a un anciano con su chambergo.. Es uno de mis antepasados.´´El
te dice qué
debes hacer:
Si hubiera tenido la
fuerza de recordar menos, o al menos de olvidar.
He creído posible
amar a una criatura del mundo excluyendo a todas las demás. He creído posible
llorar a una que había dejado el mundo sin llorar con los que lloran. Así he
perdido mi vida. Me he devorado el corazón en una tristeza cobarde, y él se
venga devorándome a su vez. He sido sórdido en mi dolor, sórdido en mi amor,
sórdido en el modo en que he escapado del lado oscuro del dolor y del afecto.
¡Cuántas veces he
vuelto a ver después aquel dulce rostro y aquella mirada de un instante,
aquella mirada donde no había sorpresa ni reproche ni resentimiento!
¡Cuántas veces he
visto después la encantadora sonrisa con que me dijo que estaba segura de ella
misma y que no había nada que temer.
Creo haber oído el tic tac de un viejo reloj rococó que
adornaba la chimenea, y traté de poner mi corazón al unísono; pero ¡latía
demasiado!
Creo que buscaba con
los ojos algo que me recordase a un campo de violetas, al jabón en el que me aseaba
mi madre, dentro de una pila de granito, y del grifo dorado que gotea el
silencio del recuerdo, al perfume embriagador del jabón de violeta.
Le prometí en su dulce despedida que oiría cantar al
ruiseñor de color azul violeta, y que le enseñaría las flores que pintaba.
Me dijo que le encantaría, y volvimos del brazo muy felices,
y lo hacía con tanta ternura y confianza en ella, que me conmovía.
Mi carta, llena de afecto y reconocimiento, le detallaba
todos los buenos resultados de los consejos que me había dado. Me contestó a
vuelta de correo con una carta llena de confianza, razonable y contenta; desde
aquel día siempre me demostró la alegría.
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